Madre Antonia se arrimó a las almenas de la alta muralla de
Ávila, y contempló el abismo; antes de arrojarse, pensó: “Durante cuarenta años
me consagré a ti en la contemplación, oración y adoración incondicional. Te amé
con toda mi alma, no dejé ni un día de alabarte, cantar en tu gloria y meditar
sobre tus sagradas palabras. Durante años esperé una señal de tu amor en vano… ¡Me causa dolor tan fiero ver
como ella puede hablar contigo y con sus ángeles cada día! Le has enseñado
hasta el infierno. No puedo soportar el sufrimiento que me atenaza el corazón a
causa de tu falta de amor.”
—Madre Antonia, —profirió Teresa contemplándola con los ojos
brillantes como luceros colmados de candidez-,es curioso, mi señor me dijo dónde te hallaría y me dejó un
mensaje para ti.
“No hay ni un persona que yo no quiera. Hasta los que no
creen en mí yo los quiero y los cuido. Busca la verdad dentro de tu corazón
donde yo habito.”Las lágrimas se agolparon en los ojos de madre Antonia.
— ¿No te parece un auténtico milagro las palabras del
señor?—aseveró Teresa.
Sí, hermana, es un auténtico milagro.