Fue la mujer de mi vida. Me enamoré con ella en el
instante que la vi, eso que llaman amor a primera vista. Tenía el pelo
lustroso, sedoso, exuberante, rubio. Sus ojos de color esmeralda radiantes,
grandes, cristalinos, te hipnotizaban y te sumergían en un mundo de fantasía y
belleza. Su carita tersa, límpida, emanaba frescura como cuando la primavera
está en su máximo auge. En la comisura de sus labios suaves de color rosa se
reflejaba una doble hilera de dientes perfectos, blanquísimos como el marfil.
Pasamos tres años felices de novios y planeábamos nuestra boda soñando vivir
juntos con nuestros hijos en una casita en el campo con su espacioso jardín. Pero,
queridos amigos, todo lo bueno dura poco, de improviso vino la desagradable noticia de que ha recibido un
master para estudiar en Estados Unidos.
-Cariño solo faltaré nueve meses –dijo con una
amplia sonrisa .Asentí con semblante mohíno. Para mí nueve meses sin ella me
parecía una eternidad. Los dos primeros meses nos llamábamos cada día, después
cada dos, finalmente dos veces a la semana. Cuando pasaron seis meses recibí
una llamada donde me explicó con detalles cómo se enamoró con Barack, la buena
persona que era y la inmensa felicidad que sentía a su lado.
Pasaron treinta años sin saber nada de ella. Y aquí
en este hotel, en esta habitación, después de tantos años, otra vez juntos.
Pero, queridos amigos lectores, el tiempo ha hecho mella en ella. De la mujer que
conocía no quedaba ni rastro. Su cabello estaba desmelenado, tenía los ojos hundidos,
cansados, pálidos y ojerosos. Los párpados hinchados; la comisura de sus labios
gruesos con la cara mofletuda. Los dientes amarillos a causa de la nicotina .Y
ahora viene lo peor de todo, amigos, su peso, su descomunal volumen de gordura
más de ciento cincuenta kilos. Con su cuerpo adiposo se acostó en el lecho y
empezó a desnudarse. Estaba llena de michelines , la grasa hacia presencia por
todas partes.
—Salvatore, por favor, ¿cómo estás igualito?, tienes que
decirme el secreto.
“Ojalá que pudiera a decir lo mismo de ti, ¡foca!”
pensé.
—Si aún conservas la virilidad de antaño creeré que
has hecho un pacto con el diablo.
La puse estilo de perro, le bajé la braga y atónito
contemplé el inmenso culo que más bien más que un culo parecía la plaza mayor.
Empecé a trabajar igual que un leñador con impetuosidad y empeño. Ella jadeaba
como una leona en celo. Durante el transcurso de arduo trabajo le llamaba de
todo, foca, vaca, cerda… para que lo entendáis todo el reino animal. En
principio creía que se iba a mosquear, pero no sólo no se enfadó pero de
opuesto se excitaba más y la ponía más caliente.
“It is a dirty
job but someone has to do it” pensaba. Según trabajaba sin
pausa y con un afán que parecía que iba a descubrir la cuevas de Altamira.
Después de ciento diez minutos exhausto limpiaba las cortinas de sudor por todo
mi cuerpo. Perdí más de tres kilos igual que pierde un atleta en un maratón.
Tambaleándome con las rodillas flaqueadas hice acopio de fuerzas a llegar al
baño para darme una ducha e intentar a recuperarme. Sin embargo, cuando terminé mis abluciones
volví a la habitación. La encontré con las piernas despatarradas. En su rostro
se reflejaba satisfacción y alegría.
—Si todos los hombres fueran como tú, sólo habrían
mujeres felices.
“Y si todas las mujeres fueran como tú el mundo estaría lleno de homosexuales,
pensé” Inesperadamente abrió su bolso y sacó un billete de quinientos euros. Yo personalmente como siempre fui un
pobre diablo, sólo lo había visto en la televisión.
—Para ti para que compres algo en Navidad espero que
eso te hace feliz, Salvatore.
Mis ojos
estaban de pronto risueños y mis
mejillas volvieron sonrosadas. Miré mi aparato colgando por la rodilla y le
mandé un mensaje telepáticamente. Con ese regalo querido amigo te encontraré
algo mucho mejor. Repentinamente tenía la bandera a toda asta.