Sotirios Moutsanas termina primero con 1.46,68 los 800 metros entre cinco naciones Alemania , Hungría , Bulgaria , Chipre y Grecia
En
la vida todos cometemos equivocaciones. Hay unas leves y otras muy graves, sin
embargo, algunas de ellas nos marcan de verdad para toda la vida. Este es mi
caso, dándole y dándole vueltas a mi
cabeza, todavía no concibo cómo pude hacer semejante bajeza.
Hay
momentos que me pregunto si los seres humanos somos siempre los mismos, o a lo
mejor con el tiempo nos transformarnos y nos convertimos en unas personas
distintas. Yo tengo cincuenta y siete años. Cuando cometí este repugnante acto,
tenía veintidós. Quisiera preguntarles, mis queridos lectores, ¿creéis que uno cuando
tiene cuarenta y siete años es el mismo que cuando tenía veintisiete?
Personalmente, creo que no. ¡Qué tengo que ver yo un hombre culto, amante de
las letras y de los buenos modales con aquel hombre arrogante, narcisista y
adorador de libertinaje! ¡Aquel que era yo a los veintidós!
No, por Dios.
Les
aseguro que ni me asemejo a ese sujeto.
Ahora,
amigos, voy a llevar a la práctica algo insólito, extraordinario, algo que
nunca se ha hecho ningún ser humano en toda la historia de la humanidad. Con mi
vasto conocimiento en hipnotismo, volveré a ese hombre al tiempo actual para
que nos explique por qué hizo aquel viril hecho años atrás.
Pero ojo: es un encantador de serpientes; un
adulador que te convence con facilidad que algo es blanco… ¡cuando en realidad
es negro! Les suplico que, si no lo creéis, preservéis la virtud para que no
terminéis como yo, corroído por los resentimientos. Pronunciaré sólo unas
palabras para que se aparezca, leerá el texto y sólo tendrá que explicarnos
porque hizo lo que hizo:
—Despierta
demonio.
¡Vaya,
vaya! Difícil de creer cómo se puede convertir una persona cuando sea mayor.
Y encima me nombras demonio, ¿acaso te
has olvidado de que eres tú mismo? A decir verdad, sí que me arrepiento por no
vivir más intensamente la vida, sin embargo, no me culpo, ¿cómo pudiera
imaginar el imbécil en el que me convertiría de viejo?
En
fin, te recomiendo estimado yo de mayor, que hagas lo mismo que hacían los
espartanos a las personas con problemas. Súbete en el despeñamiento de monte
Taigeto y tírate; te aseguro que el mundo se libraría de un decrepito viejo
como tú, y sería un alivio para la humanidad. No obstante, no tengo mucho
tiempo, amigos, y tengo que exponer por qué hice esto que acongoja, tortura y
deja sin conciliar el sueño a mi futuro yo.
De
muy joven me ha dado cuenta que tenía una promiscuidad fuera de común. Al principio me sentía mal,
pero gradualmente me percaté que era algo natural; y, ¿por qué tenía que bregar
contra mi naturaleza?
Así
que asumí lo que era y no sólo eso; además, hice una íntima relación con mi
pene que no lo consideraba como un miembro de mi cuerpo; más bien un íntimo
amigo.
Al percibir la beca de atletismo en Estados
Unidos hallé una barbaridad de mujeres
guapísimas. En esta época era un célebre atleta, salía en los periódicos y era
la admiración de todos; más bien quería decir de todas. Por lo tanto iba de
flor en flor como una abeja recogiendo néctar. Sin embargo, por desgracia todo
lo bueno termina pronto, en cuanto las mujeres se habían dado cuenta charlando
unas con las otras me eludían como el diablo la mira; y como era natural
evitaban de acostar conmigo.
¡Ay,
amigos, pasé un infierno! ¡Lo podréis imaginar
un chaval promiscuo, sin acostarse dos meses! Dios los ampare para que
no llegue ninguno de vosotros en una
situación tan desagradable.
Un
día caminaba como un león hambriento, buscando su presa, y al entrar en la cafetería
de la universidad mis ojos se clavaron en ella. Estaba como siempre guapísima,
con su pelo rubio cayéndole sobre los hombros y sus ojos azules relucían una
profunda melancolía, luego a mirarme, las lágrimas empezaron a brotar de sus
mejillas. Empecé a consolarla. Ella había roto su relación con Dimi, íntimo
amigo mío, y después de soportar un lloriqueo soporífero durante una hora la
invité en mi apartamento para seguir escuchándola. Al entrar en mi habitación
con ella no perdí ni un minuto primero empecé a besarla, luego a tocarla y, cuando estaba a punto como un cochinillo
segoviano preparado para degustar,
escuché al timbre; alguien estaba llamando.
Con
la puerta entreabierta le vi. Tenía la mirada lánguida, respiraba con
dificultad y le temblaba todo el cuerpo. Clavó sus ojos enrojecidos en los míos
y dijo:
—Soti, yo siempre te he admirado como atleta y como persona
y tú ¡me lo pagas acostándose con mi novia! Si las personas nos faltamos el
respeto y los buenos modales se acabaría este mundo. Sin moralidad el caos se apoderaría
de la creación y el ser humano se igualaría con los animales. Por favor,
recapacite, no dejes que nuestra amistad desaparezca.
Las
lágrimas empezaron a rodar por las mejillas de Dimi. Tenía que tomar una
decisión en cuestión de segundos. Atisbé al fondo donde estaba ella esperándome
en la cama con las piernas despatarradas. Miré de refilón mi enorme pene estaba como siempre más tieso que un palo de escoba. Este parecía decirme: “Por
favor no me hagas eso.”
Cerré
la puerta al rostro de Dimi. Luego, miré a mi hermoso querubín y le dije
telepáticamente:
—Amigo,
te espera una noche infernal, hay que aprovechar quien sabe que nos depara la
mañana: igual estaremos todos muertos.
Y me
dirigí a dar su perecido a esta licenciosa, orgulloso por no traicionar mi único y verdadero
amigo.