De Sotirios Moutsanas
Durante
el transcurso de mi vida tuve muchas aficiones, pero de todas ellas había sólo
una que me fascinaba y me hacía
inmensamente feliz. La afición por la historia.
De
pequeño me entusiasmaba leer sobre héroes, reyes y grandes reinos. Cuando
llegué en España me sentí enseguida embelesado por su historia, su cultura y
sus gloriosas conquistas. Lo que más me gustaba era la casa de los Austrias y
la casa de los Borbones, sin embargo, había especialmente tres reyes que me
agradaban en demasía: Felipe II de Austria, llamado el prudente; Felipe V de Borbón,
llamado el Animoso y Carlos III con el sobrenombre, el mejor alcalde de Madrid.
Mi obsesión por estos reyes era tanto que llegó a proporciones inverosímiles. Al
principio esto que parecía un simple hobby, se convirtió en una manía obsesiva.
Empecé a conocer tanto sobre ellos que ni el mismísimo rey de España Juan
Carlos hubiera llegado a conocer.
Un día,
visitando el Palacio Real, estaba mirando un retrato de Carlos III cuando me vi
a mi mismo dando instrucciones a Gasparini decorando el Salón de Trono. En
seguida estaba discutiendo con Ventura Rodríguez sobre la fuente de Cibeles. Él
insistía poner dos toros tirando el carro de la diosa, y yo le decía:
—Ni hablar;
han de ser dos leones.
Al llegar
a casa, ni de noche ni de día pude descansar. Había de saber fuera como fuese
quién era en mi rencarnaciones pasadas. No tenía la más mínima duda que era
Carlos III, lo podéis imaginar, amigos lectores, nuestro rey Juan Carlos no era
más que su tatarabuelo. Investigué a conciencia y descubrí que en San Francisco
existía el mejor hipnotizador del mundo.
Con su ayuda hubiera podido hacer regresiones y recordar mis vidas pasadas. No
tardé nada de concertar una cita. Cogí el primer avión y no demoré en presentarme
en su casa. Al entrar en su vivienda me encontré con una persona vestida de pantalón negro, camisa negra,
zapatos negros, vamos amigos, tenía hasta los cabellos negros; y en su cuello
llevaba un collar de perlas negras.
Yo
de naturaleza soy supersticioso, a decir verdad, no me gusta nada la gente que
viste de negro y me dio mala espina.
—Siéntese,
don Sotirios. Me gustaría aclarar ciertas cosas, para que no haya mal
entendidos entre nosotros.
—
Soy todo oídos, doctor James.
—Mire
usted, aquí viene gente que creen que son reencarnaciones de Napoleón, Judas el
Iscariote, etc. Muchas veces las cosas no son como creemos, así que quisiera avisarle para no
tener usted una gran desilusión.
-Descuide,
doctor James…, no hay ningún problema, pero me gustaría aclarar que me interesan
las reencarnaciones buenas, las malas, hay que pasar página.
Me
recosté en un sofá, mientras el doctor James sacó un péndulo de su bolsillo y
empezó a decir:
-Contaré
hasta diez : mire el péndulo, sus ojos se están cerrando, siente el cuerpo muy
pesado, uno ... dos ... el sueño se está apoderando de todo su ser ,… tres … tu cuerpo pesa como
un plomo … cuatro …
Ahora,
preste mucho cuidado lo que le voy a decir, volverá al pasado cuando tenía diez
años. ¿Dónde ésta?
—Estoy
con mis amigos jugando en el patio.
—Muy
bien, ahora escúcheme con atención,
volverá más atrás cuando era un bebecillo. ¿Dime, qué está haciendo?
-Estoy
mamando leche del pecho de mi madre.
-Fenómeno,
ahora ira más atrás, pero que muy atrás en el tiempo. ¿Dime, dónde está y quién
es?
-–Estoy
en el siglo diecisiete, en un sórdido lugar de Londres, soy mujer, tengo el
pelo rojo, mi rostro está cubierto de pecas; estoy enseñando mis amplios senos
con un escote muy atrevido. ¡Oh , Dios!¡ ¡¡¡Soy una ramera!!!
-Usted,
va mucho más adelante en el tiempo y en el lugar, dime: ¿quién es? , ¿Y dónde
está?
Estoy
en el siglo dieciocho: otra vez soy mujer tengo el pelo negro como el ébano,
naricita respingona, la verdad es que soy una mujer muy guapa; estoy en una
gran casa en Praga. ¡Oh, no, no me lo puedo creer! ¡¡Trabajo de meretriz!!
—Avance
mucho más adelante, en el tiempo, dígame: ¿quién eres?
-Estoy
en el siglo diecinueve: esta vez me estoy modelando para un pintor, tengo el
pelo largo, rubio, resplandeciente. Los ojos azules muy brillantes y un cuerpo
espectacular. !Oh, no puede ser esto, es una pesadilla, estoy modelando por
este enano Toulouse Lautrec, lo que quiere decir que soy prostituta en Moulin
rouge.
-Pase
usted en el tiempo más adelante, dígame: ¿Quién es?
Estoy
en 1920, por fin, soy un señor respetable, en mi semblante se refleja educación, el saber estar y la elegancia en
persona.
¡Por
el nombre de Dios! ¡No es posible! ¡¡¡Soy
proxeneta en un burdel de Roma!!!
Contaré
hasta diez, y se despertará recordando toda su experiencia. Uno, dos…
Abrí
los ojos, tenía el rostro pálido y lánguido, una enorme tristeza embarcaba todo
mi ser. Por el contrario, el doctor James esbozaba una sonrisa terriblemente irónica.
Tenía el rostro risueño radiante de felicidad. Al parecer no se podía
contenerse y empezó a reír a carcajadas mientras yo con el semblante serio y el
ceño fruncido aguantaba como podía. Finalmente, dijo:
Don Sotirios,
lo vuestro es insondable, fuiste, ramera, meretriz y prostituta, con pocas palabras,
¡¡Una puta!! Pero en la última reencarnación se mejoró, ¡un proxeneta! Lo que
quiere decir, ¡¡Un puto!! Me muero de curiosidad, ¿quién es, usted ahora?
-¡Soy
un tonto del culo!
El
doctor James no paró de reír, sus ojos se
anegaron de lágrimas y tuvo que ir al baño.
Ay,
queridísimos lectores, vosotros ya conocen de sobra mi carácter pacífico, mis
buenos modales y la manera de actuar siempre con comedimiento. Pero, también
conocen el carácter vengativo y despiadado hacia mis enemigos. En mi vida
siempre actué con prudencia y delicadeza. Siempre mi prudencia me ha aconsejado
a tener siempre un plan b.
En
mi maletín, tenía un icono griego de plata que iba a dárselo al doctor si
estaría contento; pero, si no, ¡ay de él! que Dios le ampare. Saqué unos
chocolatitos de bombones rellenos de licor con un sabor muy agradable al paladar.
No, queridos lectores, yo no soy un asesino, simplemente querría darle una
lección al doctor de…, para que se entere que con el gran Sotirios no juega nadie.
Ahora, tengo que explicarles el efecto de los bombones. Yo le llamo cagabúm. Su
efecto es muy raro, durante diez minutos no
sientes nada, de súbito notas un agudo dolor en el estómago y antes de reaccionar te defecas encima. En definitiva,
no te da tiempo ni ir al baño.
—Ja
, ja , ja , señor Sotirios , perdona , pero no puedo contener la risa . En mi
dilatada carrera he visto tantos casos, aunque he de reconocer que jamás he
visto algo como lo vuestro, desde luego, usted es único.
—No se preocupe, doctor, me permite un obsequio unos bombones que los hizo mi
propia madre, son deliciosos, acabo de comer diez antes de llegar a vuestra
consulta.
—Gracias,
don Sotirios, es usted muy amable. En principio creía que iba a tomarlo a mal; ya sabe de mi risa.
—¡No,
qué va! En absoluto, de opuesto me parece natural que usted le ha parecido
gracioso.
—Mmm,
la verdad saben muy bien, tome más, doctor, el chocolate es un potentísimo
antioxidante y hace bien a la salud.
-Gracias,
señor Sotirios, gracias.
-No
hay de qué, doctor.
Me
faltaban todavía cinco minutos para ir pitando antes de reaccionar el cagabúm.
Abrí el maletín donde habían dos sobres, un azul y un amarillo. En el azul
tenía el cheque de los 3.000 dólares que acordé con el doctor; en el otro un
cheque de 3000 dólares con la diferencia que no tenía fondos.
—Aquí
tiene lo acordado, doctor; y le di el cheque de sobre amarillo.
—Muchas
gracias, don Sotirios.
Me
dirigí hacia la puerta, la abrí y dije al doctor:
—Ha
sido un placer conocerte, doctor James.
De
pronto, el doctor se tocó el estómago.
—Que
tenga un feliz día— y cerré la puerta mientras un ruido horrendo se escuchaba
detrás de la puerta.
“El que ríe último, ríe mejor” pensé. ¡JA , JA , JA!