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sábado, 22 de febrero de 2014

Memorias de un asesino en serie



Estimados amigos, me acaba de recibir un email de Alejandro Mad Terrofest donde me han informado que mi relato Memorias de un asesino en serie será publicado en un libro que se llama Saborea la Locura. Le cuelgo mi relato para que podáis disfrutar
Un fuerte abrazo Sotirios

De Sotirios Moutsanas

Nací en una familia con graves problemas económicos. Durante las Navidades, para que lo entendáis, el mejor regalo era poder comer carne. Pasaron los años  llenos de miseria y dificultades: a mis padres con una insolvencia total les costaba Dios y ayuda para sacarnos adelante.  Mi futuro se preveía oscuro e incierto. Pero por gran suerte la naturaleza me había provisto de un gran don. Una memoria fotográfica y prodigiosa. Sólo con una mera mirada podía memorizar los textos. Los profesores no hacían nada más que felicitar a mis pobres  padres, que no podían comprarme ni los libros. Terminé el bachillerato con la máxima puntuación posible y de pronto percibí una beca de Estados Unidos para jóvenes  superdotados.

En Estados Unidos sabía de antemano que quería estudiar y por qué. Mi afán de ganar dinero rápido me empujó a un oscuro y maquiavélico  plan.

Cuando culminé mis estudios en criminología con la mejor graduación posible, me nacionalicé estadounidense y hallé con facilidad trabajo. Ya tenía un estatus social alto y un buen empleo para seguir con mis tenebrosos proyectos. No tardé en hallar una viuda rica bastante más mayor que yo.  Pasó un año y a la pobrecita le dio un infarto en unas circunstancias  insólitas. Seguro que ahora entendéis porque estudié criminología. Durante los estudios nos enseñaban que no existe crimen perfecto y que los criminales siempre dejaban huellas.

Pasé ocho años muy feliz despilfarrando el dinero de la viuda con caprichos y algunos y otros desenfrenos. Cuando el dinero estaba a punto de agotarse no tenía otra solución que emigrar. De mis estudios aprendí que cometiendo otro crimen estaría bajo sospecha. No sólo cambié país, también cambié continente. Fui a Australia,  hallé a  otra viuda, y repetí el mismo hecho.

Transcurrieron siete años y emigré a Europa donde contraje matrimonio con mi actual esposa. Era una mujer adinerada y de una familia de alto poder adquisitivo. Era alta, cabellos negros como azabache, muy blanca y lívida .No tenía expresión. Se podría caracterizar como una mujer fría y calculadora. Tengo que reconocer que también era educada, astuta, y en el lecho la mujer soñada por cualquier hombre. Lo extraño era que tenía cuarenta y ocho años, pero no aparentaba  más de treinta. Esto me desconcentraba sumamente. También le complacía salir mucho por las noches y durante el día le agradaba leer y estar tranquila en la casa. Mi elocuencia, el buen estar, y mis conocimientos la tenían  fascinada. Mi relación iba muy bien, me comportaba con cortesía, delicadeza y estuve siempre muy cariñoso con ella. Así pasaron seis meses con relativa  felicidad, pero como todo en la vida empezó a torcerse. Sus celos impertinentes e infundados empezaron a molestarme sobremanera. Sólo hablar con una mujer o contemplarla la ponía enferma y esto empezó acarrear ciertas escenas  ridículas e impropias para gente modosa. Mi idea era estar con ella un año y después ejecutar mi propósito. Aborrezco a las mujeres mandonas y posesivas, así que cambié mi idea original y decidí proceder a adelantar mi operación.

Esperé una noche estrellada y fui con ella cerca de un barranco que tenía una ligera inclinación hacia abajo. Empecé a decirle lo mucho que la querría y como me gustaría envejecer con ella amándonos cada día el resto de nuestras vidas. La acaricié en la mejilla, miré a sus almendrados ojos empezando a besarla con mucha dulzura. Cuando estaba muy acaramelada y excitada bajé con disimulo el freno de mano.

—Cariño, necesito hacer pipí.

     No te preocupes, cariño, te espero.

Salí del coche y sólo tenía que empujar: en sólo cuatro metros estaba el precipicio. Un estruendo horrible se escuchó según el coche se  estrelló en el suelo.

Sólo proferí: “Sayonara baby”

Tardé más de cinco horas en volver a casa a pie.

Puse la llave, “¿Qué raro la puerta no estaba cerrada? Me lo  juraría que la cerré cuando hemos salido”, pensé. Entré con cautela y cuando abrí la habitación de matrimonio me quedé boquiabierto. Por un momento me quedé aturullado. No me lo podía creer aquí estaba ella durmiendo a nuestro lecho como si nada. La desperté con lágrimas brotando de mis mejillas.

—Cariño, ¿qué ha pasado? Olvidé poner el freno de mano y el coche se me fue. ¡Qué felicidad¡ ¡Estás viva!

La abracé y empecé a lloriquear en su regazo.

—Cuando el coche se fue por el precipicio yo me salté por la puerta, por suerte me aferré en una rama; después subí y tú no estabas.

—Es que estaba aturdido y fui a pedir ayuda, pero como tú sabes, cariño, el sitio era remoto.

Ya mi relación con ella no era igual. Ella me producía pavor y respeto. La veía como alguien que albergaba algo distinto que los demás. Hice acopio de fuerzas e intenté estar muy cariñoso y afable en todo momento. Incluye cuando me daba la reprimenda por mirar una mujer obedecía con sumisión. Dejé pasar tres meses para enfriar el episodio y finalmente decidí actuar.

Teníamos nuestro aniversario, así que preparé una ensalada griega, un cochinillo al estilo segoviano y llené el cuarto de estar con velas, pétalos de rosa, y puse música amorosa de Barry White. Coloqué una manta de lana de merino cerca de la chimenea. Cuando  hemos terminado  la copiosa cena le preparé un vienes. Nos acostamos en la alfombra y puse en el compact disc Donna Summer que era su cantante favorito, no paré de decirla lo mucho que la amaba y que la vida sin ella sería como intentar vivir sin tomar agua. Abrí un champán francés y empecé a beber con ella. Su semblante destellaba de felicidad. Sus ojos me miraban prendada como una colegiada. Serví otra copa y esparcí un somnífero en su vaso  capaz de dormir a un elefante por lo menos veinticuatro horas. La llevé a la cama y de súbito estaba dormida como un angelito .Cogí un tubo de ensayo donde  tenía el veneno. Un veneno mortífero de un serpiente que su nombre es mamba  negra. Dicen que su mordedura mata a un hipopótamo  en menos de un minuto. Traspasé el veneno a una jeringuilla, me acerqué a mi queridísima  mujer y la inyecté el veneno por la boca. Sólo dije: “Hasta la vista baby” y me acosté junto con ella en un sueño quizás de los más felices de mi vida. 

Por la  mañana abrí los ojos  y el terror se apoderó de todo mí ser. Ella no estaba en la cama. De pronto apareció por la puerta con el desayuno y tarareando  tan feliz como si no pasara nada.

—Te he traído el desayuno, mi amor, —repuso.

Dios sabrá cómo hallé  fuerzas para no delatar mi sorpresa y mi aflicción. Ya los días  venideros mi vida era un suplicio. Quería matarla a todas horas. La  odiaba profundamente y no iba a sosegarme si no la aniquilaría  lo más rápido posible. Así después de unos días salió de baño y yo la esperaba con un enorme cuchillo  de cocina. La ataqué de espaldas  con traición y alevosía, la agarré por el pescuezo y empecé acuchillarla con un odio ilimitado. Durante el transcurso que le atestaba las cuchilladas gritaba, “muere demonio, muere ya.” Después fui al baño a lavarme las manos llenas de sangre. Sabía que tendría que trabajar a destajo para eliminar todos los rastros de mi horripilante crimen. Durante el transcurso que lavaba las manos empecé a sentirme muy mal. No podía discernir por qué me sentía con una enorme melancolía. Era cómo un vacío que se apoderaba de todo mi mundo interior. De súbito entendí  que estaba enamorado de ella. Me había dado cuenta que había matado a la mujer de mi vida. Sentí ganas de suicidarme. “¡Dios mío! Mi altanería y mi egocentrismo cegaron mis sentidos y no me dejaron  ver lo mucho que la quería,” pensé  con desolación.

Salí de baño con… Una mano me subió por el aire como una pluma. Casi me estaba ahogando. Miré de refilón: era ella, sus colmillos vampíricos emitían un brillo sobrecogedor que podrían llenar de miedo el hombre más valiente de planeta. Tenía los ojos rojos y sus pupilas  destellaban rabia y enojo capaz de hacer a un tigre echar a correr.

—Tienes  que elegir estar conmigo o morir—dijo.

Hice acopio de mis escasas fuerzas y proferí con voz  ahogada.

—Contigo, mi amor.

Me bajó con mucha tranquilidad esbozándome  una sonrisa. Nuestras lenguas y labios se unieron en un beso interminable. Sólo nos parábamos de vez en cuando para decir lo mucho que nos queríamos.




sábado, 1 de febrero de 2014

Vacaciones de ensueño en Marbella

De Sotirios Moutsanas




De muy joven fui jovial, afable y con un sentido de humor singular. Eso me hizo muy popular y todo el mundo quería disfrutar de mi compaña. También fui un experto bailarín, especialmente en el baile griego sirtaki. Mis amigos siempre traían un compact disc con la música y en todas las fiestas los montábamos una buena. Pasaron muchos años despreocupándome de todo: sólo en cómo pasarlo bien. Pero como todo acaba un día me casé formando una familia. Me dediqué en el comercio y en principio me fue muy bien, tuve tres hijos y me ocupé en cuerpo y alma al trabajo para que mis hijos tuvieran un futuro próspero. Pero con el transcurso de los años vino la crisis económica y ha hecho mella en mí. Mi  mujer se enfermó y tuve que tirar de carro para sacar adelante la familia. Mi carácter cambió radicalmente nada quedaba del chico jovial y afable. Más bien me transformé en un hombre sombrío, melancólico, e irritable.
Vivía en un departamento bastante  grande. Lo compré cuando el negocio iba bien, pero cuando llegó la crisis me costaba Dios y ayuda pagar las letras. Hubo una reunión de  comunidad de propietarios, pero como me salió un trabajo en Toledo no me presenté dando prioridad a mi cliente. Cuando retorné me enteré que me habían votado jefe de la comunidad. Los vecinos eran gente adinerada con buena posición social, pero su relación conmigo era fría y distante. Pedí explicaciones, la respuesta fue que te tocaba.
Por aquí empieza, queridos amigos lectores, una serie de sucesos que me trastornaron, irritaron y literalmente me sacaron de quicio. Que arregle la lámpara, ¿cuándo arreglarás la puerta, inútil? Llama al técnico, el ascensor no funciona y una interminable serie de acontecimientos. Me hablaban y se comportaban   conmigo como mis señores y amos. Tuve que aprender de todo porque no querían molestarse en explicarme nada.  Tuve que informarme en por ejemplo cómo pasar los datos en el pen drive. Me miraban con tono despectivo y me hacían sentir como un ser inferior. Consentí todo con sumisión y con una sonrisa fingida, pero para mis adentros estaba pensando como  vengarme de ellos.
Era finales de julio fui al banco y retiré siete mil euros de la cartilla. Cogí a la familia y emprendí el viaje a Marbella. Olvidé decirles que el dinero era de la comunidad de propietarios. Yo como presidente tenía pleno acceso a las cuentas. Mi familia no se lo podía creer porque llevaba sin hacer vacaciones muchos años. Adquirí un apartamento con vistas al mar muy amplio y vistoso y empecé mi aventura por la maravillosa ciudad. Visitaba los más exóticos restaurantes degustando las más exuberantes comidas como la Feijoada brasileña o los exóticos platos tailandeses. Por la mañana nos bañábamos en el mar y por las tardes paseábamos por el paseo marítimo disfrutando un montón de placeres que hacía años que no gozaba.
Un día decidí visitar una famosa discoteca en Puerto Banús donde se reunía la jet set de Marbella. Tomando nuestra piña colada decidí para gran sorpresa de mi familia a hablar con el gerente y dándole el CD con la música griega le pedí ponerla. El asintió… Me levanté y empecé bailar el sirtaki con tanta destreza que hasta mi propia familia me miraba estupefacta. Pronto la pista se llenó de gente que querría aprender el baile y de súbito estábamos montando un auténtico espectáculo. La complacencia del gerente era más que obvia. Me invitaba cada noche gratis a mí con toda la familia y con todas las copas pagadas. De pronto fui muy popular y la discoteca se llenaba cada noche esperando todos bailar el sirtaki. Pasaron unos días: recibí una llamada de gerente de la discoteca.
Sotirios, acaba de llegar el jeque con sus numerosos sequitos y quiere visitarnos. Se  han oído, hablar sobre ti y quiere verte bailando con sus propios ojos. Esta noche nos va a visitar, por favor no me falles si me quedo complacido te voy a hacer un regalo.
Por la noche fui a la discoteca el jeque estaba ubicado en el mejor sitio .Estaba rodeado de su gente y de sus mujeres. Tenía un as escondido en la manga, pero lo iba a utilizar sólo si veía que el jeque  estaba insatisfecho. Era un hombre rechoncho y bajito. Tenía un semblante serio y apacible. Empecé a montar mi show y muy pronto todos estaban disfrutando, bailando y riéndose con el baile. Miré de refilón al jeque  estaba tranquilo con el semblante solemne más bien tedioso. Decidí poner en marcha mi arma secreta. Pedí a gerente vaciar la sala de baile con el propósito de bailar sólo para el jeque .Comencé a bailar el  sirtaki al estilo Zorbas el griego, él todavía me contemplaba con el semblante solemne.
Me acerqué, agarré una mesa de madera con los dientes sin utilizar la ayuda de las manos seguía bailando al estilo Zorbas el griego. La gente se quedó estupefacta empezaron a dar palmitas al tono de la música. Sólo escuché la voz de mi hija al fondo. ¡Adiós los dientes de papá! La cara del jeque destellaba de felicidad en la expresión de su rostro se acentuaba la complacencia. Comenzó a dar palmaditas lleno de asombro y admiración.
Durante tres minutos bailé con la mesa sujetándola sólo con los dientes. Cuando terminé fui ovacionado y aplaudido por todos los presentes. De súbito el jeque se levantó y se acercó hacia mí pasándome una cadena de oro al cuello que pesaba como mínimo medio kilo.
Al día siguiente me visitó el gerente al hotel y me regalo cinco mil euros. Me dijo que ni te imaginas lo que gastaron el jeque y su sequito.
Visité una joyería y cuando me dijeron el precio de la cadena de oro, me quedé más que sorprendido.
Cuando volví a mi casa repuse el dinero de la comunidad y encima me sobró muchísimo dinero de la venta de la cadena de oro. Pero lo mejor de todo fue mi experiencia de las vacaciones de ensueño en Marbella.